lunes, 10 de enero de 2011

temirarte



La mayoría de los mejores días de tu vida, empiezan como un día normal. Te levantas, escuchas pajaritos en la ventana, la ropa te queda cómoda y los zapatos no aprietan tanto. Así lo arrancas, en neutro, te metes en el subte y cuando ves que esta vacío empezas a sospechar que va a ser uno de esos días memorables. En tus oídos suena el disco blanco de Los Beatles lo que ya te prepara un buen humor. En el laburo corre todo con normalidad, los papeles que tenías que enviar ya estaban listos para cuando llegaste. El cafecito de media mañana te salio 50 centavos más barato porque a la chica del bar se le había roto la máquina y te tuvo que dar de filtro, pero así te gustó también. A la tarde hubo una mínima preocupación porque no encontrabas el recibo de compra de ese maldito aire acondicionado que pusiste en la oficina y se lo tenías que pasar a tu superior. Claro que cuando tu compañero te recordó que el ya se lo había dado todo volvió a la calma. Entre pitos y flautas, se hicieron las 5 de la tarde y ya te habías quedado sin más cosas para hacer.
Pasa tu jefe y te dice “-Gutierrez, si ya terminó se puede ir ahora, a ver si zafa de la hora pico—“. Agarras la mochila y te acordás que tenías una fruta (para el postre habías pensado). Terminando la manzana verde te subís al subte (un poco más lleno que a la mañana) y te ves a vos mismo ahí, en el reflejo de la ventanilla. Te ves tranquilo, descansado, y realizado. En tu mirada encontrás que la simpleza de un día más, te provoca un gustito en el fondo de la garganta que querés seguir a todas partes. Te das cuenta que tus exigencias no son tantas ni tan complicadas; si es posible que la manzana no este arenosa, escuchar el tema Cry Baby Cry de vez en cuando y que los zapatos no te apreten tanto el dedo chiquito del pie derecho. Pero sobre todo, poder mirarte a los ojos en tu relfejo, y decirte a vos mismo


“-Hoy fue un buen día, ¿no Gutierrez?”

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