martes, 30 de agosto de 2011

Mirada en dosporcuatro


Desde que llegué, estoy esperando que de una vez por todas termines de ponerte los zapatos, acomodarte la remera, atarte el pelo, reir y sonreir con tus acompañantes, para por fín mirarme. Fascinada observas los dibujos que los pies trazan en el piso, alguna figura asombrosa se la comentas a tu amiga, y te debe haber dicho algo muy gracioso, porque estallaste con una carcajada que casi distrae a los dueños de esos pies dibujantes. Estabas nerviosa y ansiosa, era la primera vez  que le hacías caso a tu profesor, y te mandabas a la milonga con todas esas clases, esos tacos, y esa sonrisa encima. Ya no estabas en La Viruta, tenías que estar dispuesta a ese abrazo universal, y salir del lugar de aprendíz, para adentrarte en el verdadero mundo del tango. Se ve que la milonga que sonaba la conocías y querías, porque en seguida dejaste de lado todos los preparativos y abriste tus ojos a la pista, como haciéndonos saber a los que pretendíamos llevarte, que estabas lista. Tu necesidad era tal, que sentí que debía controlar mis cordones, no vaya a ser que en nuestro primer baile te caigas por torpeza mía. Me deshacía pensando en ese diálogo en silencio que estábamos a punto de tener, cuando terminé de alistar mis zapatos, alcé la vista, y otro te me había cachado.

Era hermosa la velocidad de tus piernas, y esas claras ganas de comunicarte, y que este otro no entendía.
Un poco despeinada, y con sed de seguir, saliste de la pista para tomar agua, ni bien terminó tu melodía. La pieza que seguía no la conocías, aunque ya estabas tan metida que no te importó, cuando me dejaste cabecearte. Me mantuviste la mirada, pero no te acercabas, y yo pensaba que mi intento de hacerme el viejo milonguero no había surtido efecto. Para ser  claro, deje de lado los códigos, me pare, te ofrecí mi mano, y tímidamente solté un '¿Bailás?'. Tu altura, tu espalda, mi brazo, mis manos, ese perfume que me dejó con intriga, todos elementos que en sumatoria, daban como resultado el abrazo perfecto. A media medida empecé, como para mostrar respeto, pero con el pasar de los compases tu mano se acomodaba en mi segundo homoplato, pidiendome que te lleve a donde yo quería. Yo tampoco conocía lo que sonaba, y por eso, durante tres minutos ambos desnudamos el alma en esa improvisación, propia de cualquier casa de citas de principio del siglo XX. Te acompañé a la mesa ambos callados, no queríamos arruinar nada de lo que había pasado recién. Tan damita fuiste después, y tan canyengue habías bailado. Lo único que me dijiste fue un 'Gracias' medio entre suspiros antes de sentarte con tu amiga, que te esperaba con esa cara asombrada 
-nunca te había visto bailar así-.

Si no fuera tan vueltero, hubiera bailado con vos toda la noche, pero tenía un gran presentimiento de que era mejor retirarme en alta, para encontrarnos otro día, en una misma improvisación.

3 comentarios:

  1. Todo eso que escribiste, pude imaginarmelo y fue genial. Es un hombre muy pintón el de mi mente..

    ResponderEliminar
  2. Me encanta la manera en la que escribís, tu estilo. Además, me resulta inspirador.
    Muchas gracias por compartirlo!

    ResponderEliminar